Basta un paseo por las ruinas de las viejas instalaciones para percatarse del peligro que reside en ellas. Un gran charco de aguarrás -substancia inflamable- baña la superficie de lo que fue un almacén, lugar en el que los amigos de lo ajeno no han dudado en recurrir a una radial para serrar los pilares de hierro que sostenían unos viejos depósitos.
También hay un sinfín de frascos de productos químicos, la gran mayoría con advertencias sobre su alta toxicidad. Además, decenas de garrafas de alcohol de 96 grados permanecen llenas en la zona menos afectada por la demolición, que también ha respetado grandes depósitos de hormigón, que, según asegura Compromís per Paterna, contenían un líquido no identificado antes del derribo.
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