Lo que queda del paredón, según supervivientes |
Entre los huesos de los 2.300 fusilados que guarda el cementerio de Paterna (Valencia), entre la cal que les echaron los verdugos y la tierra que el tiempo ha puesto encima, están los restos de José Celda Beneyto, ejecutado en 1940. Su hija Josefa, que ahora tiene 80 años, quiere desenterrar el cadáver de su padre antes de morirse. No le importa la política, ni la memoria histórica, ni siquiera la justicia de demostrar al mundo que su padre fue ejecutado sin haber cometido delito alguno. Lo que quiere es quitarse el peso en el alma que le dejó la carta hallada en la ropa del fusilado: "Sí os digo que soy inocente del todo, confío en que tendréis memoria de mí".
Es el primer paso, pero el camino que le queda por delante es largo y lleno de obstáculos. El principal es la dificultad técnica de encontrar un cadáver entre los miles de muertos que la represión franquista enterró en Paterna entre 1939 y 1956. No en vano la ciudad se ha ganado el apelativo de "paredón de España" entre quienes se dedican al estudio de la Memoria Histórica.
Josefa Celda sería la primera en conseguir que la inmensa fosa común que es el cementerio de Paterna se abriera. Y nadie sabe con certeza lo que hay debajo: en qué disposición, con qué orden se colocaba a los fusilados. En los días más duros de la posguerra, llegaban hasta 40 cadáveres al día, según atestigua el historiador Vicente Gabarda. El de Paterna, explica, "es el cementerio con más fusilados enterrados de las últimas provincias ocupadas por el franquismo, y, en proporción a la población del municipio, el más grande de España".
Con el tiempo y la actividad normal del cementerio, la tierra se ha removido y muchos de los fusilados han acabado en el osario, como atestigua el enterrador, Luis París: "Aquí" concluye es raro el día en que cavas una tumba nueva y no te sale un hueso humano, y todo el mundo sabe de quiénes son esos huesos".
Pese a este caos, Josefa Celda tiene una razón para la esperanza. Su tía, cuenta, consiguió colarse en el cementerio horas después de la ejecución, justo a tiempo para sobornar al enterrador y conseguir que dejara junto al cadáver una botella de vidrio "de esas antiguas de gaseosa". Dentro, hay un papel con el nombre y los dos apellidos de José Celda. A cambio de cinco duros, "una fortuna para la época", la hermana de su padre consiguió también que el enterrador pusiera el cuerpo en lo alto de la fosa común que estaba a punto de cerrar, y no en el fondo de la siguiente. Pudo llevarse, además, un mechón de pelo que Josefa y sus hijas guardan celosamente y que, piruetas del destino, puede ahora resultar de utilidad para la identificación del cadáver.
http://www.publico.es/espana/350332/una-botella-en-un-oceano-de-huesos
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